TRINCHERAS PARA CONSTRUIR LA UTOPÍA: Análisis y propuesta para un antifascismo transfeminista radical

Como La Màquia, consideramos fundamental hacer un análisis a cerca de temas que, pese a formar
parte de nuestro cotidiano político, creemos que muchas veces se dan por hecho por sus significados
y que, por el contrario, podemos estar entendiendo significantes diferentes.
En el Estado Español, tratar temas como el fascismo o el antifascismo, que tanto peso han tenido en
nuestra historia pasada como en la actual, lo consideramos necesario para cimentar un análisis de
contexto a partir del cual desarrollar nuestra propuesta política. Muchas veces, se habla y generaliza
al fascismo como una extrema derecha, y a un antifascismo de calle como uno de urnas como si
estuviéramos hablando siempre de lo mismo. Creemos, que la superficialidad a la hora de analizar
estos aspectos, pueden llevar también a una superficialidad de estrategias y tácticas de oposición; y
al fascismo, tenemos que atacarlo de raíz.
Así pues, empezamos.


Superar lo antifa


Antes que nada, creemos importante hablar de la ausencia de perspectiva transfeminista y
antirracista dentro de la lucha antifascista. Consideramos que gran parte de ella es incapaz de
superar una lectura clásica de la misma y que deja completamente invisibilizadas a ciertas
categorías que, desde nuestro posicionamiento político, deben ser analizadas y tenidas en cuenta.
Estas carencias, se reflejan en una práctica antifascista absolutamente obsoleta, conformada en su
mayoría por sujetos blancos, hombres y cis, incapaces de revisar lo que muchas veces son actitudes
intrínsecamente reaccionarias, racistas y patriarcales.


Un antifascismo militante que ha perdido la capacidad de análisis, que se mide sólo en una
presencia en la calle, absolutamente necesaria, pero incapaz de abrazar sujetos diversos y a la vez
atacar prácticas e ideologías fascistas que permean las realidades de formas más complejas y
polifacéticas.


Hemos decidido nombrar estas prácticas e ideologías como «extrema derecha» para incluir dentro
de este término toda una serie de instancias que declaran rehuir del fascismo clásico (o histórico)
pero que, en realidad, simplemente aportan tendencias que son claramente fascistas o que facilitan
la imposición de las mismas.


Extrema derecha 2.0


Históricamente, podemos afirmar que los momentos álgidos de la extrema derecha en diferentes
contextos socio-históricos se han caracterizado por una serie de factores comunes en sus discursos:
una “amenaza que vendrá”, una sensación colectiva de miedo o abandono por parte de la institución
y un llamamiento urgente de actuar contra “lo otro” que amenaza toda la “estabilidad” lograda hasta
ese momento.
Ubicándonos en el contexto del Estado Español en las últimas dos décadas y recogiendo el análisis
del informe coordinado por Miquel Ramos “De los neocón a los neonazi. La derecha radical en el
Estado español”, podemos identificar diferentes momentos nombrados por la extrema derecha como
crisis sociales que atienden al primer factor que comentamos: la amenaza que vendrá. Estos
momentos, son definidos por la extrema derecha como crisis generadas gracias a la permisividad
del estado al “no actuar” frente a amenazas evidentes al orden social, generando así una ruptura.


En los últimos veinte años, encontramos varios elementos que han participado en el crecimiento del
miedo y enaltecimiento de corrientes reaccionarias y fascistas. Desde el 11 de septiembre del 2001

donde se produce un estallido del mundo occidental neoliberal que parecía invencible, pasando por
la crisis del 2008 y su golpe inesperado en las aspiraciones de seguridad y estabilidad de una clase
trabajadora concreta, la también denominada “crisis de los refugiados” en el 2015 donde se
desplaza la ruta migratoria entre Libia e Italia convirtiéndose en otra ruta aún más peligrosa, la aún
más reciente crisis del COVID-19 que se confronta con una retórica profundamente militarizada y
que amenaza tanto a un sector de la población acomodado como también estratifica más a un sector
profundamente marginalizado, para acabar con la crisis actual que tiene el foco más ubicado en un
cambio climático anunciado y negado popularmente desde hace décadas pero que en este año 2024
se convierte en incuestionable.


Paralelamente, estas crisis no atentan sólo a una cuestión material o económica, sino que también
generan un fértil terreno para la extrema derecha, donde se inserta un profundo “síndrome del
abandono” institucional y político. Un relato nostálgico de tiempos anteriores donde la estabilidad
del “triunfo por el esfuerzo” (meritocracia) ya no tiene cabida porque no hay un poder estatal que la
provea, sino que por el contrario, permite que lo ajeno acceda arbitrariamente a una supuesta (y
falsa) obtención de derechos.


De hecho, si pensamos en el concreto del recuerdo nostálgico y de los promulgadores de este
discurso ultra-nacionalista, no necesitamos más que remontarnos a la primera mitad del siglo XX.
No pretendiendo hacer un análisis exhaustivo del surgimiento, avance y desarrollo histórico y
político de la extrema derecha, sí que podemos discriminar diversos valores que aún hoy siguen
vigentes: la familia (entendida como un micro-sistema donde experimentar la “confortabilidad” del
orden en su jerarquización de roles de género y socio-adquisitivo instaurados), la patria (como un
compendio intrincado de características nacionales, blancas y profesas de la religión imperante,
entendida como un sujeto pulcro endiosado que necesita combatientes para su protección) y la
autoridad (que rige la permanencia de lo anterior, ya sea por medio de la actuación directa y
simbólica -estado- o actuación delegada -ejército, policía-).


No obstante, estos valores permanentes en los discursos de la extrema derecha, no deben generar la
confusión de la idea de inmutabilidad en su retórica. En cada contexto donde se han ido
desarrollando y expandiendo, los dirigentes de dicha ideología han tenido la capacidad de mutar
camaleónicamente cada uno de sus entramados nacionalistas. Como ejemplo no anecdótico de esta
capacidad, podemos situarnos en la actualidad donde el encrudecimiento de las maniobras militares
de Israel en su genocidio del pueblo palestino está llamando al posicionamiento del resto de
estados-nación en un plano internacional y donde, sin ninguna sorpresa, observamos como
los principales aliados del país colonizador están siendo aquellos territorios dirigidos por la extrema
derecha. Donde antes había odio y exterminio hacia el pueblo judío, hoy hay hermanamientos que
señalan la legítima defensa del pueblo palestino como culpable y las prácticas solidarias
internacionalistas como antisemitas. Entendemos este cambio de retórica como la capacidad
camaleónica que mencionábamos antes.


Volviendo a los factores comunes del discurso de la extrema derecha, se promueve también un
llamamiento urgente a actuar para proteger la nación. Aquí es donde ubicamos a multitud de
personas fácilmente persuasibles por una explicación simplista de que tienen que defenderse de lo
que viene o de lo que ya ha llegado. Esta punción, además de generar controvertidas excusas y

proliferación de bulos absurdos – ampliamente usados por la extrema derecha como manera fácil de
difundir su discurso de odio – , también conlleva otras consecuencias: la “búsqueda del culpable” de
la ruptura social y el regreso a la tradición nacional como garante de bienestar (“el futuro es
desolador, sólo volver al pasado podrá salvarnos”).


Un ejemplo del peligro de estas consecuencias, podríamos encontrarlo en la consolidación de un
movimiento trans-excluyente en el Estado Español, que amenaza la integridad de identidades
disidentes no ya sólo en el ámbito público (laboral, social, económico) sino también en
el más privado (relacional y comunitario/organizativo). La participación de mujeres (cis) en
espacios asamblearios teóricamente feministas y su manifestación transexcluyente es cada vez
mayor y mezquinamente adaptable a espacios propios de la extrema derecha. Ello hace que, bajo la
categoría social de «las olvidadas», que ahora sería el supuesto borrado de las mujeres, se permitan
toda serie de violencias aparentemente respaldadas por supuestos políticos que las justifican. De
pronto, hay un nuevo (y viejo) sujeto culpable -identidades disidentes- y un binomio categórico al
que regresar -hombre y mujer cis y blancos-.


Cómo el antifascismo acabó con la revolución


Una vez planteado este breve análisis sobre los discursos de la extrema derecha y sus estrategias en
el Estado Español, que consideramos necesario para poder plantear una oposición activa a ella,
queremos recuperar el inicio con el que comenzamos este artículo. Empezamos, hablando sobre un
sujeto antifascista clásico del que rehuimos y criticamos, pero a la vez, también queremos poner de
manifiesto otra tendencia del amplio abanico de las izquierdas que tampoco nos pertenece. No nos
regimos por lo antifa clásico, pero tampoco por lo antifa de las urnas.


En primer lugar, queremos remarcar que no entendemos el antifascismo como una ideología o
práctica por si misma, sino que cuando hablamos de ello, lo estamos haciendo desde el lugar de una
respuesta, una reacción; un anti. Por tanto, ser antifascista no conlleva que todos los sujetos
contrarios al fascismo tengamos necesariamente que compartir toda una serie de valores, estrategias
o marco político común. La premisa aglutinadora de una izquierda que comparte una condena a la
dominación y a la negación de existencia de muches, no nos hace entendernos al mismo lado de la
barricada. Esta idea se convierte en un peligroso silogismo que invisibiliza corrientes políticas
previamente segmentadas que ahora formarían parte de un pacto no escrito y que, además, si
intentan nombrar estas diferencias y posicionarse se convierten en algo así como traidoras al triunfo
de la socialdemocracia.
Para explicar esta cuestión queremos citar a la compañera Laura Vicente, que ya razonaba sobre ello
hace algún tiempo a partir de un análisis histórico centrado en un episodio del que aún hoy nos
afectan sus secuelas: la segunda república y la guerra civil.

 

“[…] la solución era evidente: unidad antifascista para la reconstrucción del Estado, de los
tribunales, del ejército regular, para el retorno de la propiedad privada y la devolución de los
bienes expropiados y así liquidar las empresas y tierras colectivizadas. En definitiva, la liquidación
de la revolución y la vuelta a la normalidad ya que no era el momento de la revolución.”

 

La retórica que entiende al antifascismo como deber moral de todo ciudadano bueno y justo (una
especie de ética progresista que tanto abunda en el Estado español) convierte esta práctica en un
contenedor falso que acaba arrinconando determinadas prácticas revolucionarias y antiautoritarias
hacia la deriva de una unión reformista. El que una amplia izquierda incite bajo esta ética a ir a las
urnas como freno de la extrema derecha, conlleva a la cancelación de un legado del antifascismo
combativo y radical en el que sí que creemos para transmutar nuestras propuestas hacia un cierto
“bien común” del que no formamos parte.

 

Nuestra propuesta


Frente a este panorama, creemos necesario exponer nuestra propuesta que recoge los análisis
discursivos y estratégicos de una extrema derecha histórica pero vigente y que se aleja de un actuar
antifascista del “todos a una como en fuenteovejuna” ya expuesto. Al igual que los discursos de
odio se expresan tanto en lo material como en lo simbólico, nosotres creemos que tenemos que
reinventar concepciones que tornen la correlación de fuerzas que se trama en nuestros imaginarios.
Nuestras prácticas y discursos requieren de un plano también simbólico con el que defenderse, no
necesariamente significando ello una clara hoja de ruta para llegar a una meta, sino que transforma
y rompe nuestras aspiraciones. Que genere otras posibilidades. Por eso, para nosotres es
imprescindible recuperar la idea de la comunidad y de ésta como resistencia, algo así como unas
islas de comunidad utópica.

 

En nuestro hacer político, la forma de poder allanar camino en la creación de estos pensamientos
utópicos que contrarresten el imaginario imperante, es construir comunidades de resistencia
donde los que estén en valor sean una serie de principios básicos que nos alejen del miedo.
Hace unos meses, una compañera, Paqui Perona (activista gitana), nos explicaba: “(…) en mi
cultura, un valor importantísimo es la comunidad. Aunque vivamos en un sistema individualista y
neoliberal, encontramos herramientas y maneras de poder continuar manteniendo una vida
comunitaria”. Si entendemos la comunidad no sólo como un conjunto de personas que comparten
territorio, sino como un sentimiento de pertenencia que es decidido y coherente con otres que
comparten una serie de valores y un designio de resistencia, podemos imaginar una trinchera que ya
no es abstracta. Una fortaleza tácita y desafiante que se protege ante cualquier amenaza, tanto
terrenal como estructural. Una barricada que ya no se da por aglutinar, como mencionamos antes,
sino que se da por semejanzas y alianzas que conforman un posicionamiento político pactado por
valores compartidos. Desde ahí, sí que podemos imaginar nuestra utopía que contrarreste al odio.


Asimismo, no pretendemos alejar el foco de actuación de un plano que también es material y no tan
simbólico de la extrema derecha: a coalición de haber generado una esfera del miedo, se genera una
práctica con la que peligra nuestra salud, tanto física, mental, como organizativa. Nosotres
apostamos por la autodefensa transfeminista, por hacernos cargo de velar por nuestra integridad:
nunca plantearemos una defensa que vaya de la mano o a partir de la institución, ella no nos salva
del fascismo porque en sí es una expresión fascista.
Creemos en poner al servicio colectivamente una serie de herramientas de violencia defensiva que
respondan de manera directa contra todos esos ataques que ahora no son sólo simbólicos sino
también materiales. Nosotres, creemos en la multiplicidad de herramientas y esferas que abarca la
autodefensa feminista como forma de resistencia antifascista.

 

En el encuentro entre utopía y autodefensa tenemos que ser capaces de librar batallas que se den
tanto en el plano simbólico como en el material. Resolver problemas materiales para poder plantear,
juntes, utopías.
Y también, generar imaginarios para que lo material no quede como algo anecdótico.

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